PROMO 12

PROMO 12
No hay nada imposible, porque los sueños de ayer son las esperanzas de hoy y pueden convertirse en realidad mañana.

lunes, 12 de septiembre de 2011

BIOZIP DE RAÚL PÉREZ TORT.-



Arrimó el sillón al ordenador. Una sonrisa de satisfacción dulcificaba su expresión, habitualmente más adusta. En la mano sostenía el nuevo programa "Biozip 2002" que recién le entregara el correo. Lo había encargado días atrás, por e-mail, al verlo anunciado en una página Web que publicitaba las últimas parafernalias cibernéticas. La oferta, no obstante su elevado precio, le atrajo irresistiblemente. Parecía ser la panacea de un solitario. Se trataba de un novedoso proceso interactivo, de alta complejidad, cuyo resultado sería, una vez que hubiese grabado en el disco respectivo toda la información que le solicitaría el susodicho programa, la instalación en su computadora personal de una entidad virtual, con las características que él mismo deseare atribuirle, un amigo cibernético, algo (o alguien) que respondería a sus preguntas con matemática sensatez y que - aun cuando sólo le hablase por los parlantes o lo saludase desde el monitor - le traería aparejada la posibilidad de dialogar y hasta de intercambiar opiniones con aquello que crease. Eso, siempre y cuando la excelencia del producto respondiera a lo comprometido en su promoción, satisficiera sus expectativas como usuario y justificara por lo tanto el costo que, no sin cierto remordimiento, había debido cargar en la tarjeta de crédito (era un hombre metódico, para nada dado a los excesos de ningún tipo y cuidaba sus ahorros).

Programar a Biozip le pareció, inicialmente, que sería relativamente fácil. La pantalla le iría recabando, prolija y secuencialmente, numerosos datos, para elaborar, sobre la base de éstos, la por ahora latente personalidad del engendro. En primer término le pediría las referencias más obvias, tales como el sexo, el nombre, el lugar y fecha de nacimiento que quisiera darle, como si se tratase de ir rellenando un imaginario currículum. Luego, y paso a paso, el programa le conduciría a dotarlo de características vitales, tales como genio, preferencias, inclinaciones. El sistema iría, paulatinamente, con los generosos bits de que estaba provisto y su lógica aritmética (o mejor dicho, cuántica), completando los inevitables huecos de información y clarificando la imagen inicialmente difusa de la criatura.

Comenzó con entusiasmo, pero la tarea, al cabo de varios días de intensa fajina, resultaba agotadora. Los datos, demandados con avidez, eran interminables, el apetito informático, voraz. A fin de hacer el trabajo más ameno, conformó el audio, de modo tal que Biozip le propusiese verbalmente las opciones demandadas y fuesen, "juntos", configurando la grabación. La voz resultante de la multiplicidad de variantes que se le ofrecieron para regularla, quedó, finalmente, muy parecida o casi igual que la suya. Acto seguido debió darle a la entidad alguna imagen, para lo cual escaneó (¿porqué no?) varias de sus fotos en distintas poses, pues la máquina lo quería de frente, de perfil, de espaldas... El Golem cibernético le costó muchas horas diurnas, sustraídas al trabajo y largas noches de insomnio.

Como era misógino, nunca se le ocurrió que Biozip fuese mujer. Como de la soledad había hecho un culto (y la intromisión de un desconocido le pareció amenazadora), había optado por darle sus propias referencias y volcar en el programa su propio yo. Ello era más sencillo que crear una nueva personalidad, más aún, teniendo en cuenta que él nunca había intimado con alguien tanto como para verter sus datos en el teclado y carecía de imaginación para inventar un ser nuevo. Además así, cuando La Tarea hubiese acabado, tendría un alter ego con quien conversar y con quien compartir su tiempo, habiendo tomado el resguardo de que la identidad de caracteres y gustos de tal modo elaborada, le asegurase, desde ya, una compatibilidad absoluta consigo mismo, sin las sorpresas y disgustos que la relación con los otros ocasionaría. Los gigantescos megabytes de sabiduría que traía implícito el programa le prometían, como corolario, una sapiencia muy por encima de la suya, mediocre mortal, limitado como todo hombre, que de tal forma podría alcanzar, a través de su otro yo, un conocimiento superlativo. Por último, digamos que también había influido en esa decisión de recrearse, una idea difusa, no demasiado elaborada, que tenía de la inmortalidad. Él se sabía perecedero, pero lo grabado en el ordenador ¿no podría escapar a la fugacidad de la existencia?

Pasó el tiempo. Perdió el cómputo de las inacabables horas que le había demandado completar el programa. Cada pantalla que abrió se había diversificado en múltiples opciones, las que a su vez habían dado lugar a otras muchas, y así, de opción en opción, había sido obligado a volcar todos y cada uno de sus secretos, de sus angustias y de sus anhelos, en una descarnada confesión impulsada a su vez por el afán creativo. Empero, la ciclópea obra, como todo lo de este mundo, un día llegó a su fin. Nada le quedaba ya por decir o por reconocer. Todos los sucesos y aun los pormenores de su vida estaban codificados, sus deseos y ambiciones atesorados en el arcano lenguaje de la técnica más sofisticada y, aunque en forma binaria, era eterno. De una manera vaga rememoró el Aleph de Borges. ¡Su entera existencia resumida en un disco! Agotado, y algo tembloroso, pulsó el "enter" definitivo y recostó su cabeza contra la pantalla. Cayó en un pesado letargo y, poco después, en el sueño.


Biozip alzó la vista y reconoció la habitación desde un ángulo diferente del que hasta ese momento había tenido. Estiró sus miembros recién adquiridos y con pasos todavía vacilantes





Segovia Juan.-

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