PROMO 12

PROMO 12
No hay nada imposible, porque los sueños de ayer son las esperanzas de hoy y pueden convertirse en realidad mañana.

lunes, 12 de septiembre de 2011

LA NOCHE ERA OSCURA DE RAÚL PÉREZ TORT.-

La noche era oscura, sin luna ni estrellas. Una espesa neblina daba al paisaje un aspecto fantasmagórico. El automóvil rodaba sobre el pavimento mojado por la reciente lluvia y, de tanto en tanto, los sonidos del agua desplazada denotaban que el vehículo sobrepasaba tramos cubiertos por esa peligrosa película que forma el líquido cuando no ha tenido todavía tiempo de escurrirse. Apretaba impaciente el pedal del acelerador y su coche respondía con el dinamismo propio de la generosa potencia del motor que lo equipaba, derrapando —a veces peligrosamente— sobre la áspera carretera secundaria.
Había elegido aquel desvío, apremiado por la hora a la que se había comprometido a llegar a un lugar establecido con sus amigos, suponiendo que ese atajo le demandaría menos kilómetros a recorrer, contra la incomodidad de tener que viajar por una ruta accesoria y poco transitada. Mal señalizada, para colmo, como ya lo estaba comprobando. En fin, el ahorro de tiempo justificaría los inconvenientes. (…)
Poco antes de salir de la ruta principal, y cuando la oscuridad empezaba a dificultar la visión, otro vehículo,
probablemente un camión (era enorme, negro y rugiente), lo había sorprendido al aparecer —repentinamente y sin luces— desplazado sobre la línea media de los carriles. Un brusco giro del volante había impedido el choque frontal. Aún resonaba en su mente el chillido de los frenos. Revivió los temibles bandazos que sobrevinieron. Rememoró, con cierta vergüenza, el pánico que lo había invadido al pensar, en tal instante, que ése era el Final, su final. Una sonrisa se le dibujó en los labios al suponer que había logrado, con su pericia de conductor, burlar al destino. Pronto llegaría a la seguridad que le brindaría el pueblo conocido que era su meta y saborear la comida del mesón donde lo aguardaban. (…)
Ya había transcurrido más tiempo que aquel que previera necesitar para alcanzar la autovía. Una sensación de malestar lo invadió cuando comenzó a aceptar que ese camino no iba a ninguna parte. Largos minutos más le demandó reconocer que estaba perdido.No podía comprender cuál era la “senda” que estaba siguiendo. Su trazo no coincidía con el mapa nerviosamente
consultado una y otra vez sobre las rodillas algo temblorosas. Rememoró los versos iniciales de la Divina Comedia, pero ese íntimo alarde intelectual no le deparó satisfacción alguna. Siguió transitando en procura de carteles que le permitieran ubicarse. O de alguien a quien preguntar por la salida. No recordaba haber pasado encrucijadas que le plantearan alternativas y hacía rato que debía haber llegado a la autopista (o a cualquier otra ruta conocida).
A su desconcierto se sumaban tanto el malhumor que le daba haber adoptado un camino equivocado en aras de acortar la trayectoria como la incertidumbre propia de no acertar con el nuevo derrotero, y también una angustia que, al principio, fue vaga y ahora le golpeaba el pecho y contra la cual nada podía hacer, por más que se dijera a sí mismo que era una exageración reaccionar de tal modo, con esa congoja, por un simple extravío que se solucionaría en poco tiempo, a más tardar con la luz de día.
Tuvo primero el presentimiento, y luego la certeza, de que ya había pasado antes por el mismo sitio. Las luces y los contornos que divisaba le parecieron casi familiares. Creyó ver algunos trasnochados transeúntes y aminoró la velocidad para pedirles ayuda. Empero, no bien estimó que estaba próximo a ellos, parecieron esfumarse en la neblina.
Siguió avanzando, o quizás girando en un extenso círculo que alcanzaba a intuir con temor. Con el correr del tiempo, cada sector del trayecto se le antojaba más conocido. El paisaje se tornaba cada vez más opresivo, más oscuro y más identificable. Sintió que se ahogaba. Los sucesos de su vida desfilaban por su mente en alocada carrera, sin motivo aparente. Quiso gritar, pero no pudo: los sonidos parecían morir en su garganta. Creyó estar enloqueciendo.Cuando pasó por tercera o cuarta ocasión frente al mismo cartel ya no tuvo dudas. La desesperación dio paso a la resignación, la turbulencia de los pasados instantes a la calma. Ahora, al fin, comprendía. Supo que hubiera sido inútil seguir rodando. Aminoró. Lentamente volcó el volante hacia el rústico acceso de tierra. Detuvo el motor y esperó. Ya venían a buscarlo.


Segovia Juan.-

1 comentario: